CAPÍTULO 9. La aristocracia leonesa ante la sucesión dinástica

26/02/2014 35.737 Palabras

I. La división del imperio de Alfonso VII. La intervención nobiliara En 1157, tras la muerte de Alfonso VII, se vivió en León una situación excepcional que podría calificarse quizá como anacrónica, puesto que ya no se esperaba una división de los reinos que llevaban unidos desde hacía más de un siglo. No obstante, esta decisión trasluce la concepción patrimonial del reino que aún conservaban los monarcas en el siglo XII hispánico, aunque quizá estuviera influida de forma directa por la nobleza. Los cronistas de la época, Jiménez de Rada, Lucas de Tuy y Juan de Osma, afirman que la división del imperio fue ideada por varios miembros de la nobleza leonesa y castellana, empeñados en sembrar la discordia. Entre estos magnates inductores de la desmembración del imperio, destacan al conde Fernando Pérez de Traba, como uno de los principales protagonistas.[3] A esta lista de autores de la división, Jiménez de Rada añade al conde castellano Manrique de Lara.[4] Es necesario tomar con precaución estas afirmaciones de los cronistas, porque podrían estar motivadas por el afán de presentar a Alfonso VII como un hombre sabio que, sin embargo, se dejó influir por malos consejeros a la hora de dividir su reino. No obstante, parece que en este caso no se trata de una elaboración posterior o manipulación de los cronistas, sino que, probablemente, la presión de la nobleza, sobre todo gallega, influyó de manera determinante en la escisión del imperio de Alfonso VII. Si se vuelve la mirada a la documentación regia conservada y se observa con atención el panorama nobiliario de los últimos años del reinado de Alfonso VII y los momentos sucesivos a su muerte, se puede observar una gran tensión nobiliaria y las estrategias seguidas por cada partido para favorecer y promocionar al infante que encarnaba o defendía mejor sus intereses. ¿En qué medida influyó la nobleza leonesa en la escisión del imperio y la proclamación de Fernando como rey de León? Para responder a esta pregunta es necesario estudiar el proceso de acumulación de poder de los dos hijos de Alfonso VII a través, principalmente, de las intitulaciones que reciben en los diplomas emitidos por la cancillería imperial.[5] La acumulación de poder de los infantes Sancho y Fernando La presencia de los vástagos del emperador en los documentos es temprana. Desde 1140 el monarca hace partícipes de sus negocios a sus dos hijos varones que, siendo aún niños, empiezan a aparecer a su lado en varias donaciones portando el título real. Julio González afirma que el futuro Sancho III recibió potestades regias en 1140 y no más tarde.[6] Lo cierto es que ese mismo año Sancho y Fernando donan, junto a sus padres, varias heredades en Zamora y Salamanca a la catedral de Santiago.[7] Los infantes confirman la carta como Sancius et Fernandus, filii imperatoris, reges. Solo unos meses después, en 1141, el emperador entrega una heredad en Tierra de Campos a la Juliana Martínez, tibi nutrici filii nostri regis Fernandi.[8] El pequeño rex Fernando no confirma esta donación a la que había sido su nodriza, aunque esté dirigida a un personaje estrechamente ligado a su infancia. En los años posteriores, los hijos de Alfonso VII continúan confirmando como rex,[9] siempre en compañía de su padre, Adefonso imperante. En ningún momento, como sí ocurrirá un tiempo después, los futuros herederos aparecerán como reyes de un determinado territorio. En estas intitulaciones se ve cómo contrasta la concepción del imperium, con la visión tradicional de una monarquía familiar y patrimonial; puesto que el monarca ha asociado al trono a los herederos de sus reinos, desde estos tiempos tempranos. Se desconoce el motivo por el que en algunas cartas de la primera mitad de los años cuarenta aparecen los futuros herederos sin el título real; tal vez pueda tratarse de un uso de la cancillería. Podríamos pensar que la clave pudiera estar en la personalidad de cada uno de los cancilleres o scriptores de esta etapa del reinado.[10] Sin embargo, hay que desechar, al menos por el momento, esta posibilidad ya que la mayor parte de los documentos de esta década fueron elaborados por el scriptor Giraldo bajo la dirección del maestro Hugo, salvo alguna excepción que no permite extraer ninguna conclusión. Por este motivo consideramos que quizá el uso indiscriminado de diversas fórmulas de intitulación y confirmación de Sancho y Fernando tenga mayor conexión con los cambios de la voluntad imperial acerca de la sucesión. Un claro ejemplo son dos documentos producidos en un intervalo temporal muy corto y que muestran este uso indiscriminado de denominaciones: en 1144 Sancho y Fernando donan determinados bienes a la catedral de Orense a cambio de una heredad que había sido entregada por el rey y el obispo al conde Fernando Pérez de Traba,[11] sin título regio, ni rúbrica. Solo un mes después, en agosto de 1144, Alfonso VII, junto a su esposa, hace una donación al monasterio de San Vitorio de Ribas de Miño cum filiis meis Sancio et Fernando regibus, ambos confirman con la fórmula Rex Fernandus filius imperatoris.[12] En verdad, es complicado discernir el motivo de estos cambios en el tratamiento de los hijos del emperador que reflejan los documentos, aunque resulta muy sospechoso que se trate de un uso aleatorio de los términos. Probablemente encierre una determinada forma de concepción del poder regio que no logramos percibir. El año 1147 marca una nueva etapa en el pensamiento de Alfonso VII sobre la división de su imperio. Varios autores afirman que el emperador comenzó a idear el reparto de sus reinos a partir de entonces;[13] sin embargo, la documentación no lo refleja de forma clara, ya que se registra el uso aleatorio de las mismas fórmulas. Los infantes aparecen en la mayor parte de los diplomas de 1147 como filius imperatoris, acompañando a su padre, Imperator Hispaniae; aunque en muy pocas ocasiones se les intitula filiis meis Sancio et Fernando, regibus. La documentación no varía hasta 1150, cuando se empieza a observar un claro aumento en el porcentaje de los documentos, en los que los hijos del emperador portan el título de rex.[14] Si bien es cierto que en la mayor parte de los diplomas firmados entre 1150 y 1155 ambos hermanos aparecen con dignidad real, Fernando lo hace solo de modo nominal; es decir, que probablemente no tenía ningún poder, sino que recibía este título como denominación honorífica. El proceso de acumulación de poder por parte de ambos hermanos es desigual, puesto que Alfonso VII concentró mayor autoridad en su primogénito. Esta situación queda patente en varios documentos de marzo de 1152. En la primera carta, fechada el día 5, Alfonso VII otorga al monasterio de Sahagún el privilegio por el que todos los judíos de la villa pasan a ser vasallos del cenobio.[15] En dicho documento aparece Alfonso VII, Hispaniae Imperator, una cum filio meo rege Sancio et cum filiis et filiabas meis et omni generatione mea. Sancho porta el título regio y confirma como Rex Sancius filius imperatoris; además la data recoge un importante acontecimiento: quando rex Sancius filius imperatoris fuit armatus. Se observa el especial interés que tenía la cancillería por destacar la figura de Sancho, mientras que ni siquiera se menciona al infante don Fernando,[16] que no aparece en la lista de confirmantes; sino que se alude de forma genérica al resto de los hijos del emperador. En este diploma Sancho recibe un tratamiento especial que lo diferencia del resto de sus hermanos. En el segundo documento, fechado el día 7, se observa la misma diferencia de tratamiento entre los dos infantes. En esta ocasión Alfonso VII cum filiis et filiabus meis et omni generatione mea, dona a Santa María de Montederramo el monasterio de San Miguel de Riba de Sil. En las listas de confirmantes Sancho aparece como rex Sancius filius imperatoris, mientras que su hermano lo hace sin título de rey, signando Fernandus, filius imperatoris.[17] En estos momentos Sancho era ya rey de Nájera y todo parecía indicar que heredaría los territorios que gobernaba su padre. Probablemente Alfonso VII aún dudaba si haría efectiva la idea que llevaba algún tiempo meditando acerca de la división de sus reinos, y había comenzado a destacar a su primogénito, además de asociarle al trono y atribuirle importantes potestades. A pesar de esta desigualdad de tratamiento, el infante don Fernando contaba con el importante apoyo de distintos sectores de la nobleza. Sus principales partidarios eran la poderosa familia de su ayo, Fernando Pérez de Traba, y su tío Ramón Berenguer IV, además de otras figuras destacadas del reino, que permanecerán a su lado tras la división del imperio. En una carta dirigida a su cuñado, el emperador, el conde de Barcelona además de proponerle un pacto para evitar una confrontación en Navarra, le pide que nombre a su sobrino, el rey Fernando, rey efectivo y no solo nominal.[18] Lo que probablemente Ramón Berenguer estaba pidiendo era que le atribuyera a Fernando el gobierno de una región y amplias potestades, como ya se había hecho con el infante don Sancho, rey de Nájera. Quizá las presiones de estos sectores nobiliarios, inclinaron la balanza del lado del reparto de los reinos. El emperador no tardaría mucho en dar cuerpo a la idea de división de sus territorios. En el concilio celebrado en Valladolid en 1155 se materializó el proyecto y Fernando fue nombrado heredero de los reinos de León, Galicia, Asturias y los territorios de Toro, Zamora y Salamanca. Sin duda, este acontecimiento abre una nueva etapa en el ejercicio del poder real por parte de Fernando, que ya era rey de facto y no solo de manera nominal. Del período que transcurre entre el concilio de Valladolid y la muerte de Alfonso VII se conserva un número reducido de diplomas, que, sin embargo, reflejan el aumento paulatino del poder de Fernando, que otorga varias donaciones ostentando el título regio junto a Alfonsus totius Hyspaniae imperator.[19] Del mismo modo, tras el concilio de Valladolid, aparece en solitario intitulándose Fernandus dei gratia Legionis et Gallecie rex, bajo la autoridad de Imperante domno Adefonso in Tolete, Baetia, Almaria, Cesaraugusta, Naiara, Castella.[20] Son muy pocos los ejemplos conservados; sin embargo, muestran que Fernando ya ejercía poderes regios en León y Galicia, sin necesidad de la compañía de su padre. No obstante, se desconoce el alcance del poder político que ejercía el joven Fernando, ya que solo se han conservado algunas concesiones de bienes a personajes que habían estado muy próximos a él durante su crianza en tierras gallegas. Con dicha fórmula la cancillería intentaba transmitir la nueva situación del imperio, en que ambos hijos del emperador tenían amplias potestades sobre unos determinados territorios, a pesar de que continuaban sometidos al poder de su progenitor. En estas donaciones de Fernando no se añade la fórmula regnante in, que aparecerá tras la muerte de su padre, pero sí destaca especialmente la expresión de Adephonso imperante. Pensamos que esta fórmula cancilleresca encierra una concepción del poder absoluto del soberano; por este motivo no se asocia aún con la persona de Fernando II que, aunque era ya el rey de León y Galicia, estaba supeditado a la autoridad de su progenitor, imperante in tocius Hispanae. Tras la muerte de Alfonso VII y durante los primeros años del reinado de Fernando II, los regnantes aparecerán en la totalidad de los documentos reales, como un instrumento propagandístico para la consolidación del poder.[21] Decíamos que las primeras donaciones efectuadas por don Fernando fueron destinadas a individuos con los que se relacionó durante su infancia en Galicia. Así, donó a su capellán Rodrigo Menéndez el monasterio de San Lorenzo en Caldeas que había sido donado por el emperador a su padre. Este documento refleja la situación que en 1156 vivía el futuro Fernando II. En las líneas anteriores hemos resaltado que aparece intitulado Fernandus Dei gratia Legionensis et Galletia rex, bajo la autoridad de su padre, que no está presente durante la realización de este negocio. Sin embargo, aunque el rey de León actúa en solitario y con plenas potestades, la carta está repleta de alusiones a su progenitor, que con anterioridad había donado estas heredades al padre del clérigo Rodrigo Menéndez, que ahora veía confirmada la donación imperial y aumentada con otros bienes de manos del futuro Fernando II.[22] Se ve cómo aún no se había desvinculado de la autoridad del emperador. Como se ha señalado, la intervención del conde de Barcelona en defensa de los intereses de su sobrino Fernando fue clara; pero poco se sabe de la participación del conde Fernando Pérez de Traba, al que los cronistas atribuyen un papel determinante. El magnate había estado al lado de Alfonso VII desde la infancia; les unía una fuerte vinculación personal. Además, en 1140 don Fernando se había convertido en uno de los hombres más poderosos del reino, pues era denominado conde de Galicia.[23] El señor de Traba tenía gran interés en que el infante don Fernando, a quien había criado, ocupara el trono leonés; puesto que poseía una gran influencia sobre él. Probablemente desde que le fue encargada la educación del infante, comenzó a gestar la idea de que debía convertirse en el rey de León; no obstante, no se han conservado documentos suficientemente elocuentes como para afirmarlo categóricamente, aunque se aprecia un claro apoyo de los Traba a don Fernando. Tras la conquista de Almería, el conde Fernando Pérez hizo dos viajes a Tierra Santa; probablemente fue tras el regreso de su segundo viaje en 1154, cuando aumentó la presión para que el infante don Fernando fuera nombrado heredero del reino de León, lo que ocurrió en el concilio de Valladolid de 1155.[24] Si se analizan las listas de confirmantes de los últimos años del reinado de Alfonso VII, se puede observar el posicionamiento de la nobleza a favor de uno de los dos infantes. Desde 1155 se alinean en torno a don Fernando los miembros de la nobleza, que van configurando una pequeña corte. Mientras, la cancillería imperial comienza a diferenciar de manera muy gráfica a ambos herederos, ya que incorporan el signum regis de cada uno de ellos junto al de su padre, y confirman en dos columnas diferentes, seguidos de sus partidarios.[25] Si se analizan estas minuciosamente, se puede ver que quienes se alinearon en torno al futuro rey de León eran principalmente magnates de la familia Traba: Rodrigo Pérez de Traba, su hermano Vermudo Pérez de Traba, los sobrinos de ambos, Gonzalo Fernández de Traba y Vela Gutiérrez, además de Álvaro Rodríguez de Sarria, el yerno de Fernando Pérez de Traba, casado con su hija, doña Sancha Fernández. En enero de 1156 el emperador armaría caballero al infante Fernando.[26] A partir de entonces comenzaron a aparecer cargos palatinos propios del infante, aunque se desconoce si fue Alfonso VII quien los nombró o el propio don Fernando. Así, Vela Gutiérrez será su mayordomo,[27] y Menendo de Bragança su alférez.[28] Además de los Traba, en este entourage regio se movían otros nobles gallegos, como Pelayo Curvo, y los grandes señores leoneses y asturianos, Ramiro Froilaz y Pedro Alfonso, así como los magnates de la ciudad de León. Pedro Balzán, Ponce de Minerva, don Abril, etcétera. Estos eran los principales partidarios del infante Fernando que confirmaban junto a él, aunque otros altos cargos de la corte de su padre, como el conde de Urgel, solían confirmar junto al emperador, sin disponer su firma en ninguna de las columnas que seguía a la rúbrica de sus hijos. Otros, como el mayordomo imperial, Ponce de Cabrera, titubearon o no se habían decantado aún por ninguno de los dos infantes, pues confirman indistintamente en las dos columnas; aunque parece que, a partir de la segunda mitad de 1156, don Ponce signa asiduamente del lado de don Fernando. No obstante, desde principios de 1157 permaneció en Castilla al lado del rey Sancho.[29] Antes de la muerte de Alfonso VII, la aristocracia se había alineado en dos bandos claramente diferenciados y con intereses contrapuestos. La nobleza gallega, asturiana y leonesa, era partidaria de la separación del reino de León dirigido por el infante don Fernando, que se había criado en Galicia y había extendido sus redes de fidelidad principalmente en el ámbito leonés. Ciertamente, la aristocracia leonesa con su apoyo al infante Fernando pretendía resguardarse del predominio castellano, temiendo quizá la intromisión de poderosas familias como los Lara, los Castro o los Haro en tierras leonesas. La situación era casi paralela en Castilla. Parece que los Lara, encabezados por don Manrique Pérez, y otras familias castellanas preferirían un reino separado de León, ya que Castilla era el más poderoso de todos los reinos cristianos hispánicos y tenía una gran área de expansión hacia el sur que, sin duda, granjearía importantes ingresos a aquella nobleza que ayudase a recuperarla del infiel. A pesar de que los intereses de las noblezas eran diferentes, porque sus patrimonios se situaban mayoritariamente en el lugar de origen de la parentela y sus intereses políticos estaban dirigidos a proteger sus bienes, algunos magnates habían comenzado a emparentar con familias del otro reino y a adquirir patrimonio en él, lo que complicaría aún más la situación tras la división.[30] Si bien la nobleza magnaticia ya había comenzado a mover sus fichas en el nuevo tablero de juego, los acontecimientos se precipitaron el 21 de agosto de 1157, cuando murió Alfonso VII y tuvo que hacerse efectiva la separación de su imperio. En efecto, se estaba viviendo una situación excepcional que resquebrajaba la unidad de los reinos de Alfonso VII y abría una etapa de incertidumbre e inestabilidad política, en la que la aristocracia debía proteger sus intereses, aumentar su influencia sobre el poder regio y engrandecer su patrimonio. En realidad, poco se sabe sobre las circunstancias que rodearon el reparto de los reinos, pues se desconoce si el emperador había elaborado un testamento o si había determinado con exactitud el modo en que debía llevarse a cabo la división y cómo debía dibujarse la frontera.[31] Las fuentes no han conservado esta información. Probablemente la inesperada muerte de Alfonso VII dejó en el aire muchos aspectos que tuvieron que resolverse precipitadamente. Tampoco han llegado noticias sobre las conversaciones que pudieron haber mantenido ambos reyes o sus representantes en los momentos inmediatamente posteriores al fallecimiento de su padre. Tan solo el tratado de Sahagún deja ver parcialmente la situación que se vivió tras la desmembración del imperio. Además, se desconocen las circunstancias en las que Fernando tomó las riendas de León. Jiménez de Rada narra cómo, tras ver morir a su padre, se dirigió rápidamente a León porque temía que su reino fuera invadido por su hermano. No hay indicios que permitan verificar esta hipótesis, ni se conservan testimonios diplomáticos hasta octubre de 1157,[32] lo que oculta los acontecimientos. No obstante, esta ausencia documental indica que la labor en la cancillería regia y en los escritorios de las principales instituciones del reino estaba paralizada, quizá por la inestabilidad política del momento. Probablemente el rey Sancho invadió de inmediato la Tierra de Campos que había quedado del lado leonés. Fernando II, el nuevo rey de León, debía lograr los suficientes apoyos para poder hacer frente a una compleja situación fronteriza y, además, debía consolidar su poder en el reino. Para ello necesitó desplegar una importante política de alianzas con todas las fuerzas sociales —Iglesia, nobleza y ciudades— indispensables para enfrentarse a la difícil situación. Debía garantizarse la fidelidad de aquellos nobles que le habían ayudado a conseguir el trono. No era una labor fácil, ya que algunos de esos magnates tenían intereses a los dos lados de la frontera y probablemente se vieron tentados por ambos monarcas para que se unieran a sus filas. Los reyes debían hacerse con el favor de una nobleza que se ofrecía al mejor postor y que, con frecuencia, cambiaba su fidelidad de acuerdo a sus intereses particulares. A partir de entonces, determinados magnates de la antigua corte imperial vivieron a caballo entre los dos reinos, sirviendo intermitentemente a sus monarcas. La nobleza tras la muerte de Alfonso VII. La corte de León Fernando II de León pronto organizó su propia corte, encabezada por el que había sido mayordomo de su padre durante más de dieciséis años, el conde Ponce de Cabrera, mientras el portugués, Menendo de Bragança, continuó al frente de la alferecía del reino, como venía haciendo desde 1156. Al lado del rey Fernando permanecían aquellos que hasta entonces le habían apoyado: Rodrigo Pérez y Gonzalo Fernández de Traba, su cuñado, Álvaro Rodríguez de Sarria, Vela Gutiérrez, Pelayo Curvo[33] y otros nobles gallegos vinculados a los Traba como Fernando Odoáriz, además de los principales magnates leoneses como los condes Ramiro Froilaz, Osorio Martínez, el joven Ponce de Minerva, y el conde asturiano Pedro Alfonso.[34] Todos estos magnates formaban parte de dos parentelas que, además, estaban estrechamente vinculadas: los Traba y los Flaínez leoneses. El parentesco entre todos estos personajes era muy próximo: el conde Rodrigo Pérez de Traba era tío del conde Gonzalo Fernández, de Sancha Fernández, la esposa de Álvaro Rodríguez, de Vela Gutiérrez, hijo de Lupa Pérez de Traba, y de Fernando Odoáriz, el hijo de Aldara Pérez. Los vínculos con los Flaínez eran muchos: Ponce de Cabrera casó en 1140 con María Fernández de Traba, emparentando así con la familia. Probablemente don Ponce había estado casado con anterioridad con una mujer de nombre Sancha que podría ser hermana del conde Ramiro Froilaz y de María Froilaz, la esposa del conde Pedro Alfonso. Además la hija de Ponce de Cabrera, Sancha Ponce, casó con Vela Gutiérrez, que era sobrino de Pedro Alfonso y del conde de Traba. Asimismo, Ramiro Froilaz, había casado a su hija, Estefanía Ramírez, con Ponce de Minerva, protegido de la infanta doña Sancha, hermana del emperador.[35] Todos ellos configuran un sólido grupo de parentesco con intereses en León, aunque no se le puede tratar como un conjunto inseparable, porque en ese contexto de gran incertidumbre política, primaban los intereses particulares sobre los del grupo, por lo que algunos magnates actuaron individualmente al ver amenazados sus intereses. La invasión de la Tierra de Campos por parte de las huestes castellanas había provocado una difícil situación en la que algunos magnates leoneses abandonaron a su señor natural y se refugiaron en el reino de Sancho III. Al parecer, ninguno cayó en la ira regia, pero los enfrentamientos debieron de ser lo suficientemente graves como para que importantes dignatarios, como los condes Osorio Martínez y Ponce de Cabrera, abandonaran a Fernando II de León. Probablemente el cambio de fidelidad de ambos magnates estuvo motivado porque poseían importantes bienes en las tierras por las que se enfrentaban los reyes hermanos. Quizá el episodio más controvertido y conocido sea la huida de Ponce de Cabrera a tierras castellanas tras el legendario motín de la trucha,[36] que probablemente sí tiene un sustrato de realidad aunque no sea la causa de la salida de León de Ponce de Cabrera y su yerno, Vela Gutiérrez.[37] Se desconoce el motivo que originó la marcha del príncipe de Zamora a tierras castellanas, aunque se puede verificar su presencia y la de su yerno en la corte castellana desde octubre de 1157 hasta mayo de 1158. La historiografía tradicional quiso ver el tratado de Sahagún como una entrevista concertada entre los dos monarcas con el fin de que Fernando II perdonase y admitiese de nuevo en su corte al gran conde Ponce de Cabrera, que roboró el tratado entre los firmantes provenientes de Castilla. El conde Ponce, a pesar de que durante este tiempo estuvo en la corte de Sancho III, no perdió las propiedades que poseía en el reino de León, y tras el tratado de Sahagún volvió a servir a Fernando II. El tratado es roborado también del lado castellano por el conde leonés Osorio Martínez. Tampoco se conocen con exactitud los motivos por los que el conde abandonó León para servir al monarca castellano. En verdad, el conde Osorio estaba viviendo el ocaso de su carrera desde que en 1140 dejara de tener el favor regio ante el ascenso de la otra rama de su parentela, encabezada por Ramiro Froilaz. Quizá el conde Osorio pensó que la situación cambiaría con la llegada al trono de Fernando II. No fue así, ya que el conde Ramiro continuó siendo uno de los pilares básicos en los que se sustentaba la corte del nuevo monarca, y Osorio Martínez continuó en un segundo plano, a pesar de que era uno de los principales propietarios de la Tierra de Campos. La pugna de los dos monarcas por el control de estas tierras provocó además un grave enfrentamiento entre Osorio Martínez y el monarca leonés. El conde pasó al servicio de Sancho III probablemente porque Fernando II le había arrebatado parte de sus bienes. En la paz de Sahagún de mayo de 1158, el conde Osorio confirmó del lado castellano. En el texto se reconocen como legítimas las reclamaciones que había planteado el conde y se estimaba que fuese él, junto al conde Ponce de Cabrera y Ponce de Minerva, quienes debían tener en fidelidad aquellas tierras leonesas, que Sancho III había invadido y que devolvía entonces a su hermano mediante el tratado. Asimismo, en el caso de que Fernando II incumpliera lo pactado, los tres magnates se servirían de aquellas tierras. A pesar de que se firmó una frágil paz entre León y Castilla y que el conde Osorio veía reconocidos sus derechos, sus relaciones con Fernando II no lograron restablecerse. La situación se complicó aún más al fallecer Sancho III y dejar en el trono al infante Alfonso, que apenas tenía tres años. Entonces se abrió un grave enfrentamiento entre los Lara y los Castro por hacerse con la tutoría del rey niño. En esos momentos el conde Osorio permaneció al servicio de Alfonso VIII, quizá porque no logró recuperar el poder que había tenido en León antes de 1140 y las luchas entre los reinos continuaban. En esta lucha intestina castellana, el conde se alineó en el partido de los Lara porque su yerno, Fernando Rodríguez de Castro, había repudiado a su hija, Constanza Osorio, para casar con doña Elvira, la hermana de Fernando II. El monarca leonés, aprovechando la inestabilidad castellana, entró en Tierra de Campos y en 1159 asedió Villalobos, que era feudo del conde Osorio. Allí, el conde se enfrentó a las tropas leonesas y, finalmente, el que había sido su yerno le arrebató la vida en la batalla de Lobregal en 1160.[38] Estos ejemplos bastan para observar las difíciles relaciones que mantuvieron ciertos nobles, que tenían intereses a ambos lados de la frontera establecida en 1157, con el nuevo monarca en las circunstancias excepcionales que acarreó la división del imperio de Alfonso VII.

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