CAPÍTULO 7. La recompensa pro bono et fidele servitio

26/02/2014 14.029 Palabras

I. Las donaciones de bienes a fieles y servidores de los reyes de León (1157-1230) Desde tiempos de la monarquía visigoda están documentadas las donaciones de bienes en plena propiedad a aquellos fieles que habían servido a los monarcas. Este comportamiento pervivió durante los reinados de los reyes asturleoneses y se mantuvo durante los reinados de Fernando I y sus sucesores. Así, cuando en 1157 moría Alfonso VII y su hijo Fernando heredaba el trono leonés, se continuó empleando el mismo mecanismo que habían utilizado sus antecesores para premiar a quienes les habían servido. Las crónicas de la época han transmitido la imagen de un Fernando II generoso con sus fieles. Pero al tiempo que alaban esta virtud del rey, lo condenaban por su exceso, pues perjudicó seriamente los intereses del realengo. Es conocida la prodigalidad de Fernando II durante todo su reinado, tanto para con las instituciones religiosas como con los laicos. Se han conservado 91 donaciones de bienes efectuadas por el monarca y dirigidas a aquellos que le habían servido. Afortunadamente este número de cartas permite conocer el modo en el que don Fernando recompensó a sus fieles. Desde los años 1140, el infante don Fernando aparece junto a padre, Alfonso VII, y su hermano, el infante don Sancho, en numerosas donaciones. Pero no vamos a analizar estas cartas, puesto que en esos momentos solo estaba asociado simbólicamente al poder: siendo un niño, no era un rey soberano. No obstante, antes del fallecimiento de su padre y tras ser reconocido como heredero del trono leonés en 1155, don Fernando comenzó a hacer donaciones en solitario. Así, en el mes de julio de 1155 confirmaba a su capellán, don Rodrigo Menéndez, la posesión a perpetuidad del monasterio de San Lorenzo, que el emperador había donado al padre de don Rodrigo. Sin embargo, don Fernando, rex legionensis, a pesar de ser el otorgante de la carta, signaba aún bajo la autoridad de su padre, que aparece como imperante. Tras la muerte de Alfonso VII y la consiguiente división de su reino, Fernando II comenzó a donar bienes a aquellos que le habían servido en los difíciles comienzos de su reinado, en los que necesitó del apoyo de la nobleza para poder asegurarse el control del reino y para luchar contra su hermano en la frontera castellana. Con la donación de numerosos bienes premió a determinados personajes con los que había estado en contacto durante su infancia en tierras gallegas, como Velasco Menéndez o Pelayo Curvo. En 1158 le donaba a este último el realengo de Mougás y cuatro casales pro bono et fide seruicio quod michi de puerita fecisti, además de recompensarle por el apoyo que le había prestado contra el rey de Portugal, que le había confiscado parte de sus bienes.[8] Tuvo que recompensar los servicios militares que los nobles le prestaron en la guerra con Sancho III. En agosto de 1159 don Fernando donó una heredad en Alafonte, que había sido del infantazgo, junto con otras sitas en Villamera y Vanadices, cerca de Valdefuentes pro bono servitio quod mihi fecisti contra fratrem deum regem Sancium,[9] a don Fernando Gutiérrez, que ocupaba la tenencia de Palacios de Valduerna y era el hermano del obispo don Pedro de Astorga. Por los mismos servicios recompensó a otro noble astorgano, llamado Sancho Ordóñez, a quien donó la heredad de Genestacio de Jamuz, próxima a Valdefuentes.[10] En verdad, durante los primeros años de su reinado se aprecia la mayor concentración de donaciones; pues solo de 1159 se conservan nueve donaciones a fieles; lo que indica que fue un período de gran actividad negociadora y que don Fernando tuvo que hacerse con el apoyo de la nobleza para mantenerse en el trono y, posteriormente, debió pagar los servicios que le habían prestado durante esa época turbulenta. Durante el resto de su reinado continuó haciendo numerosas donaciones iure hereditario y con plena propiedad a sus fieles, aunque no hubo una constante, sino que se aprecian hitos en los que se han conservado un mayor número de donaciones regias, como el año 1164 con diez donaciones y 1165, con siete. En cambio en otros años como 1172, 1175, 1176, 1179, 1180, no se ha conservado ninguna carta de donación en la que el destinatario sea un laico. Se aprecia una importante disminución de las donaciones durante los últimos siete años de reinado.[11] Probablemente esta circunstancia se deba al cambio de política decidido en la curia de Benavente de 1181, que pretendía recuperar para el realengo numerosos bienes que se habían enajenado y puesto en manos de monasterios, catedrales y próceres laicos. En dicha curia se acordó la revocación de todas las incartaciones que había hecho el rey.[12] A partir de entonces Fernando II comenzó una campaña de expropiación de determinados bienes, que había donado a instituciones eclesiásticas, para donárselos a las villas reales, que estaban ampliando su territorio, y devolver de esta manera un extenso patrimonio al realengo.[13] Pero tras la curia de 1181, no solo se aprecia una importante disminución en las donaciones destinadas a las grandes instituciones eclesiásticas y monásticas, sino también a la nobleza. A pesar de ello, se han conservado varias donaciones cuyos beneficiarios eran miembros de la más alta nobleza: especialmente los Haro, como Rodrigo López y su hermana doña Urraca López de Haro, que acababan de entrar en el reino de León, y también otros magnates lusitanos como Pero Pais de Maia y Vasco Fernandes de Soverosa, lo que indica que el monarca se desprendió de una parte importante de sus bienes para garantizar la fidelidad de la nobleza que protagonizó los últimos años de su reinado. Tras la muerte de Fernando II, su hijo, Alfonso IX, heredó un depauperado realengo, por lo que tuvo que poner en marcha una política de recuperación económica de la Corona. En la curia celebrada en León en 1188 derogó las incartaciones que había hecho su padre, con el fin de subsanar las arcas reales. Se abría una difícil etapa para el nuevo monarca que debía redefinir su relación con los nobles y lograr su apoyo para mantenerse en el trono. Sin embargo, esta ardua labor de negociación y compra de fidelidades no queda plasmada en la documentación diplomática a través de las donaciones de bienes, pues solo se ha conservado una carta, emitida en 1188, por la que el rey donaba a Pedro García los bienes de realengo situados en Vega, en el alfoz de Caso.[14] Consideramos que pudo conceder muchas más, ya que era el modo de asegurarse el apoyo de los nobles. De los años posteriores, se han conservado donaciones desperdigadas: una cada año, lo que indica que la política de recuperación del patrimonio regio continuó a lo largo de su reinado. Martínez Sopena ha destacado que se aprecia un gran interés del monarca desde que llegó al trono por inquirir el patrimonio de los laicos y del abadengo, para descubrir las apropiaciones ilegales del realengo.[15] Probablemente antes de 1197 Alfonso IX encargó una pesquisa general de la que, sin embargo, no hay grandes noticias.[16] Asimismo, esta política de recuperación de realengo fue uno de los asuntos debatidos en las cortes de Benavente de 1202, en los que se trató del régimen de propiedad de la tierra. Los inquéritos se repitieron, al menos en 1207, cuando el rey ordenó pesquisar sobre las heredades del monasterio de Carrizo en Quintanilla de Quiro. En esta pesquisa se narra cómo determinados bienes que Alfonso VII había donado a Ponce de Minerva y que parte de las arras de su esposa, doña Estefanía, acabaron formando parte del patrimonio del monasterio de Carrizo.[17] Parece que, de nuevo, en 1214 el rey ordenó pesquisar en Asturias.[18] Los últimos años del reinado de don Alfonso fueron irregulares en cuanto a las donaciones de bienes a laicos. Hay períodos, como los años que abarcan entre 1222 y 1225, en que solo se conserva una donación real y otros, como 1225 y 1229, en los que no hay constancia de ninguna carta. En cambio, se aprecia un importante incremento de donaciones entre 1229 y 1230, en que cinco cartas muestran que el rey dona bienes a su escudero, su halconero, uno de sus clérigos, su concubina, doña Teresa Gil, y su alférez, Rodrigo Fernández de Valduerna. Todos ellos formaban parte del núcleo más cercano al monarca y afín a las infantas, Sancha y Dulce, que optaban al trono. Con estas donaciones se puede apreciar probablemente cómo don Alfonso intentó cohesionar a sus partidarios, al tiempo que compensaba su fidelidad. Probablemente este incremento de las donaciones tiene que ver con las disposiciones tomadas en la curia de 1228 y con el interés tanto de laicos como eclesiásticos, para que el monarca les confirmara los privilegios que les habían concedido con anterioridad y certificar así que las habían adquirido legalmente de manos del rey.

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